El sistema económico mundial necesita un cambio para salir del estancamiento.
La ciudad brasileña de Río de Janeiro enfrenta varios de los retos y contradicciones de las economías occidentales: desigualdad, desempleo, pauperización de las zonas periféricas, aumento del costo de la vivienda, crimen, y demás. A lo largo de los años estos problemas se han afianzado en todo el mundo. El estancamiento de países como Brasil ha puesto en entredicho la máxima económica liberal de que la apertura económica bastaría por sí misma para que las naciones en vías de desarrollo alcanzaran a las economías de primer mundo.
Hoy día, el debate económico político mundial pareciera haber llegado a un callejón sin salida en el que solo queda inclinarse por alguna de estas posiciones irreconciliables:
- Izquierda – Aumento de impuestos a los más ricos para impulsar el desarrollo y la seguridad social de los más pobres.
- Derecha – Privatización de las empresas estatales, reducción de las regulaciones, los impuestos y el aparato burocrático.
- Tecnocracia – Regulación científica de los mercados realizada por expertos, protección de los derechos humanos y aplicación de medidas probadas experimentalmente.
Como se ha visto en años recientes, la vía de la izquierda conlleva el riesgo del populismo y el endeudamiento de países como Venezuela y Zimbabue; mientras que la vía de la derecha ha demostrado ser absolutamente ortodoxa e insuficiente, además de peligrosamente reduccionista, puesto que no ha mejorado la distribución de los recursos ni solucionado la pobreza.
“Nuestra solución para la crisis actual es expandir los mercados de manera radical”.
Un nuevo sistema debería respetar el libre mercado y la igualdad de oportunidades.
Aunque normalmente se considera que el libre mercado es el sistema económico dominante, la realidad es que numerosos monopolios e impedimentos burocráticos frenan una verdadera libertad para competir en igualdad de oportunidades. Un nuevo enfoque radical podría aunar el interés de la derecha en el fortalecimiento de los mercados y la vocación de igualdad de la izquierda. Este sistema así podría usar la subasta pública como fundamento y el reparto colectivo de lo recaudado. El economista William Specer Vickrey, ganador del Premio Nobel de Economía en 1996, fue el primero en proponer esta idea a partir de los trabajos del también economista Henry George, quien propuso un modelo de propiedad común de la tierra.
“Los mercados radicales que imaginamos son arreglos institucionales que permiten que los principios fundamentales de asignación sobre la base de los mercados –el libre intercambio sometido a la disciplina de la competencia y abierto a cualquier nuevo participante– operen plenamente”.
La falta de una apertura real de los mercados ha llevado a la crisis del neoliberalismo.
Las personas de todos los países comienzan a experimentar hartazgo y expresar su rechazo contra un orden económico que no les ha brindado el desarrollo prometido. En los países más desarrollados este rechazo se refleja en el auge de gobiernos nacionalistas. En este escenario las instituciones internacionales como la Unión Europea y el Fondo Monetario Internacional pierden apoyo y credibilidad.
Si bien la experiencia muestra que el libre mercado es la mejor forma de organizar a gran escala la economía, también hay que aceptar que la competencia no es perfecta y tampoco genera desarrollo social. Pese a lo que se cree, ni las leyes de la oferta y la demanda ni el libre mercado operan de manera integral. De hecho es posible afirmar que la propiedad privada funciona como una suerte de monopolio que limita la libre competencia, del mismo modo que las políticas migratorias limitan el libre flujo del mercado laboral.
“En un mercado abierto, todo el mundo, independientemente de la nacionalidad, género, color o credo, puede participar en el proceso de comprar y vender en el mercado, maximizándose así la probabilidad de beneficio mutuo”.
La propiedad parcial común es una alternativa a la propiedad privada.
Numerosos análisis demuestran que el problema del monopolio es intrínseco a la propiedad privada, especialmente la de la tierra. Así pues, un terrateniente puede considerarse un monopolio puesto que en numerosas circunstancias la tierra tiene ciertas características y ubicación que la vuelven única para una comunidad. Un terrateniente puede negarse a vender su tierra por un precio justo si considera que a corto plazo su precio aumentará, permitiéndole venderla más cara; por ejemplo, cuando se sabe que ciertas tierras están en la ruta de una futura autopista.
Este tipo de monopolio genera pérdidas y es contraproducente para el mercado. Así pues, es posible imaginar un mercado sin propiedad privada. Un sistema de subasta continua de los bienes inmuebles y materiales permitiría eliminar los monopolios. En este sistema las personas no serían dueños sino una especie de concesionarios. El dinero recaudado en las subastas se repartiría equitativamente entre la sociedad a manera de una renta universal y se usaría para pagar los costos del Estado.
En cualquier momento alguien podría venir y ofrecer una cantidad mayor al precio de salida de cualquier bien y obtener su concesión. Esto ya funciona incipientemente en las subastas que se hacen, por ejemplo, para otorgar concesiones de telecomunicaciones y bienes estatales.
“La mayoría de los economistas, incluso al día de hoy, siguen suponiendo que la negociación soluciona el problema del monopolio”.
En un sistema de subastas públicas se optimizan los beneficios para la sociedad.
Desde luego, este sistema debería tener regulaciones específicas para garantizar el crecimiento y la legalidad. En la práctica, por ejemplo, una compañía podría adquirir cualquier bien siempre que estuviera dispuesta a pagar un precio mayor que el fijado por el concesionario actual. De ese mismo precio fijado dependerían a su vez los impuestos por tenencia pagados por el concesionario. De esta manera, aumentar voluntariamente el precio de un bien equivaldría a pagar mayores impuestos regulares por él. Los concesionarios siempre serían aquellos dispuestos a pagar mayores contribuciones al Estado por el usufructo de un bien.
Un sistema económico como el que se propone aquí transformaría la sociedad al optimizar la eficiencia de la asignación y de la inversión, diluyendo el poder económico y fomentando la inversión. La productividad de todas las instituciones aumentaría al tiempo que se reduciría la pobreza y la desigualdad. Por supuesto, los bienes personales con un valor emocional o sentimental no entrarían en este sistema, del mismo modo que la ropa personal, las fotografías y ciertos objetos especiales no pueden embargarse ante un impago.
“La idea que hay detrás de una subasta, según observó Vickrey, no es asignar el bien al mejor postor, sino que cada individuo pague una cantidad igual al coste que sus acciones imponen a los demás”.
La democracia también puede transformarse a partir de una lógica de mercado.
La idea misma de democracia podría transformarse a través de este nuevo planteamiento social. En Japón, por ejemplo, ya hay un sistema de votación que permite a los ciudadanos usar sus créditos de votos para las elecciones que les interesen más, de manera que pueden ejercer su influencia en los asuntos que más les competen, mientras que renuncian a incidir en otros.
A lo largo de la historia de las democracias occidentales ha habido numerosos ejemplos de sistemas democráticos donde la votación no es directa, ya que dejar las decisiones en manos de las mayorías llanamente democráticas conlleva numerosos riesgos y atropellos hacia las minorías.
El caso japonés es un sistema de votación cuadrática, según el cual cada ciudadano tiene un crédito para cada votación. El ciudadano puede usarlo y emitir su voto o guardarlo para poder usarlo en una siguiente votación. Según este sistema, si el ciudadano quiere emitir dos votos en una elección, antes debe haberse abstenido de participar en cuatro elecciones; si desea emitir cuatro votos, debe abstenerse de votar en ocho elecciones, y así sucesivamente. Este sistema resulta altamente efectivo.
Es así que un sistema democrático mejorado podría permitir a los ciudadanos influir más en las cuestiones que más les importen. Asimismo, las personas podrían ganar o perder créditos para las votaciones de acuerdo a su comportamiento y reputación, de manera similar a lo que sucede en las redes sociales.
“Los sistemas de calificación y agregación social alimentan la actual economía digital”.
Un libre mercado total incluiría la apertura de las fronteras para los inmigrantes.
Las estrictas regulaciones al tránsito de personas a través de las fronteras internacionales es más nuevo de lo que se piensa normalmente. Actualmente, estas limitaciones tienen motivaciones étnicas y nacionalistas que no existieron antes. Desde una perspectiva económica, el mercado laboral dista mucho de ser abierto dadas las absurdas restricciones a la migración. No hay una razón de mercado, por ejemplo, para que a través de la frontera entre México y Estados Unidos puedan atravesar todo tipo de capitales y productos, mientras se prohíbe casi absolutamente el tránsito humano.
Si los países de primer mundo aceptaran abrir sus fronteras y aumentar un veinte o treinta por ciento su población, el desarrollo mundial aumentaría notablemente a pesar de la reducción generalizada de los salarios. Siguiendo la lógica de mercado, sería incluso posible gravar el trabajo extranjero, lo que les permitiría a los inmigrantes pagar por su visa de trabajo.
“La mayor parte de la inmigración de los países de la OCDE la controlan funcionarios o empresarios privados que pueden solicitar visados para trabajadores altamente calificados que quieran contratar”.
Los grandes monopolios corporativos deben desarticularse.
Uno de los lastres del sistema económico moderno son los inversores institucionales internacionales. Aunque compañías como BlackRock son poco conocidas y pasan normalmente desapercibidas, su poder es inmenso y difícil de distinguir. Estas compañías controlan enormes carteras de inversores en muchas de las compañías más grandes del mundo, lo que le brinda una gran capacidad de influencia en las economías internacionales. Sin embargo, numerosos estudios sugieren que sus prácticas generan efectos nocivos, por ejemplo, el desempleo, el aumento de precios y el surgimiento de monopolios.
Este tipo de inversores institucionales pueden incidir en las decisiones de las grandes compañías, donde ni los directores ejecutivos ni los accionistas pueden cuestionar el poder de los inversores. Poner límites a este tipo de instituciones multinacionales –como impedirles diversificarse en un mismo sector– redundaría realmente en un mercado más justo y libre. Esto se lograría mediante una cuidadosa legislación al respecto que no haría sino mejorar las existentes leyes antimonopolio. Desde luego, incluso el sistema de subastas necesitaría de una vigilancia constante para evitar que sucediera algún tipo de vicio de mercado.
“Nuestra propuesta se resume con una sencilla regla: ningún inversor que detente títulos de más de una empresa efectiva en un oligopolio y que participe en la administración de estas empresas puede poseer más del 1% del mercado”.
La inteligencia artificial y el manejo de datos pueden transformar la economía y el trabajo.
La inteligencia artificial permite predecir el comportamiento de los consumidores gracias al aprendizaje automático o Machine Learning (ML). Hoy día, esta predicción se hace a partir de la recopilación de datos de los usuarios de distintas herramientas digitales. Al conocer los hábitos de las personas, la inteligencia artificial puede predecir, por ejemplo, qué productos están buscando y qué estrategias publicitarias tendrán más éxito. Es así que los datos generan valor.
El debate de hoy día se centra en el uso que diversas compañías podrían darle a esos datos y la manera presuntamente ilegítima en que se obtienen. Sin embargo, si la sociedad pudiera ofrecer sus datos y venderlos con seguridad, estos podrían ser una enorme fuente de riqueza y desarrollo. Esto se debe a que hay numerosos datos de los usuarios que las empresas aún no pueden conocer. Sin embargo, una libre venta de datos personales permitiría a las empresas conocer la información imprescindible que aún están buscando y generar una renta para las personas.
“Igual que ocurre con la estadística clásica, hay una segunda pregunta crítica que determina el valor marginal de los datos: ¿qué importancia tiene resolver cada uno de los problemas que los datos permiten al sistema ML abordar?”
En un futuro próximo una plataforma como Facebook podría empezar a pagarle por obtener sus datos. Esta apertura permitiría además a las personas crear sindicatos para organizar huelgas y boicots contra las compañías digitales.